Aullidos del fin del mundo

domingo, 27 de octubre de 2019

Dame de comer

Alguien me dijo que cada voz cuenta, pero nadie me contó que te irías como el viento, que te llevarías mis momentos y harías de nuestros recuerdos un dolor con precisión quirúrgica. Me llevaste a un lugar sin puertas, a un montículo lleno de piedras, lleno de saltos y caídas. Me empujaste hacia allí sabiendo como funciona. Me llevaste con la única intención de soltarme. 

Lo único que considero parte de mí son mis historias, las palabras que reptan terapéuticas hacia la punta de mis dedos. Nacen en el pecho y mueren en la misma cueva oscura. Es lo único que logra mantenerme un poco en paz. Es lo único que nos mantiene, lo único que nos diferencia de los animales. 

Por testigo solo tengo al miedo. Ni siquiera del aire confío. Ni siquiera lo hago en los metros de profundidad. No hay nada que me parezca más real que el miedo, por eso sé que es el único que dice la verdad. 

Quizás soy un adicto, uno de esos hombres que no pueden parar de inyectarse en vena. Puede que entre las buenas opciones siempre elija las peores. Puede que eso me haga querer dejar de intentarlo aún más. Siempre con más intensidad. Siempre dispuesto a derrotar. 

Me hizo sentirme ordinario, y lo amé. Lo hice sin querer. Lo hice como solo yo sé. Esas pizcas de cariño siempre las acojo con todo mi cuerpo. Aún me quedaba algo de esperanza porque siempre se puede rascar un poco más. Ahí está el error, ahí reside la peor decisión, en arrancarme los colores que me dan de comer. 

Siempre he pensado que podrías dejar de ser tú todo el tiempo, de dejar de aparecer sin previo aviso. Podrías al menos darme una explicación o tratarme mejor. Podrías dejar de reírte de mí y madurar. Podrías escalar en vez de hacerme rodar. 

¿No es ridículo? ¿No es ridículo pasarte la vida haciendo algo que detestas? Cada minuto, cada momento sabes que no quieres estar ahí, que es imposible avanzar por ese camino, que te atan las manos y te obligan a no dar lo mejor de ti, pero sin embargo es la única salida que hay, la única que conoces. Mueres en vida. Mueres paulatinamente hasta que ya no puedes morir más. Te vuelves un ser de cristal, rompiéndote a cada pequeño paso que das. Te vuelves frágil e inútil. Te conviertes en caos. Arrasas con el sonido del mar, lo traspasas, te vuelves una ola imposible de cabalgar. Eres libre, libre en tu mente, libre de una manera imposible de explicar. Es la única forma que tienes de seguir, con esa libertad no comprada, con esa libertad que debes imaginar. No somos tan diferentes tú y yo.

Me he vuelto a sentir solo, frío y fuera de órbita. Me he vuelto a sentir intratable, imposible de rastrear. Me he vuelto a sentir de aquella manera que me hace creer que no voy a poder volver a esta franja de tiempo, que he roto una vara más, que mis pensamientos no se podrán repetir, no se podrán mejorar. Que todo lo que hago es solo una huida que me impedirá volver a los buenos tiempos, a un momento que no conozco. Es el final de algo que nunca he llegado a saborear. No lo he probado que ya me lo quitan de los labios. Nadie me va a dar de comer. Nadie puede llegar lo suficientemente deprisa como para salvarme. Nadie puede porque tienen sus propios problemas, sus propios mundos y sus propias oscuridades. Es por eso que sé que ellos van primero, porque es lo que yo hago, ante ponerme, luchar contra mis propios demonios, porque si no los derroto, nunca podré intentar coger la mano de otra persona y tirar fuerte. Nunca podré ser yo el héroe. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario