Aullidos del fin del mundo

viernes, 18 de octubre de 2019

Llegarán todos antes que tú

Alcanzarán el destello que se les había prometido. Vivirán para siempre, sentirán lo que tú nunca vas a llegar a probar. El mundo no te dejará ser la persona que quieres ser y lo repetirá, te lo señalará con letras de neón. No habrá sitio para alguien que llega tarde a todas partes. No habrá otra oportunidad para quien ha dejado escapar tantas. No existen los viajes en el tiempo, no podrás retroceder para cambiar lo que una vez creíste lo correcto. Solo te encontrarás a aquellos que te van a hacer sentir ordinario. Sólo sonreirás para dedicarles buenas palabras a lo que han conseguido los demás. Llevo años haciéndolo, llevo años alegrándome por los triunfos de los que me acompañaron, de aquellos que ya no están en mi viaje, de los que se van a ir pronto y de los que sé que vendrán y se marcharán.

Es tan asfixiante el no poder dedicarme las horas necesarias. Me siento tan impotente al tener que vivir bajo custodia, tras una reja donde no llega el sol. Me siento tan triste todo el tiempo. Me siento tan lejos de lo que quiero conseguir, de lo que quiero ser, de mi verdadera forma. Me siento tan sumamente lejos de todo eso, que cada vez que alguien a quien quiero llega a ese esplendor, mi más oscuro ser, mi más profundo poso, en vez de sonreír, solo muere un poco más. Me arrastra, me susurra que jamás llegaré ahí, que nunca me irá bien, que nunca podré levantarme con las ganas de vivir.

Y me vuelvo a entristecer. Vuelvo a mirarles. Intento hacerme entender, intento mostrarles mis más sinceras disculpa por no poder estar a la altura. Sé que en el fondo solo me ven como aquel chico que nunca triunfó. Como aquel chico que nunca se convirtió en hombre. Como aquel que hablaba de sueños pero las pesadillas se lo comieron. Como aquel que un día sonrió, que un día creía, que un día planeaba correr y volar.

Ahora los veo, los veo todos llegar antes que yo, y después me miro a mí. Veo la sombra de lo que queda. Veo como todo me cuesta. Veo que he dejado de ver. 
Y lo peor de todo es que a veces aún creo en esos malditos cuentos, en sus palabras malditas, en sus finales felices. 


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