Aullidos del fin del mundo

sábado, 29 de septiembre de 2018

Amor de dos sin dos

Me declaro incompatible con la vida que me quieres dar. La pintas como si fuese un regalo y a penas tuviese que esforzarme para complacerte. Pero ahí donde me ves cada vez que me dan una de las porciones más pequeñas corro a guardarla para que nadie más pueda tocarla. Aprecio ser uno de los perdedores. Puedo girar la tortilla en cualquier momento y que aquello que me anula, el sentimiento de impotencia, sea aquello que me dé más fuerza. 

No sé si habrá otro día de sol. Si a partir de ahora me levantaré cubierto entre nubes negras y lluvia que me mojará hasta los calcetines.
He aparecido en un limbo inseguro donde me guío a partir de las advertencias. Es como si algo quisiera avisarme de que pronto vendrá una tempestad, que me prepare bien porque me veré obligado a estar mucho tiempo escondido hasta que se detenga. A la vez, debo asegurar cada ventana que a día de hoy todavía chirría y sacar la cabeza, gritar a todo pulmón que estoy vivo, que me lo creo, que estamos hechos de grises más que de negros. 

Mi amor aún se define en aquellos rostros que hace tanto tiempo que se disiparon como granos de arena en el viento. Siempre los conservaré y siempre formaran parte de lo que soy. Pero ese amor, el que me pide que dispare la velocidad de mi sangre, está aullando como un lobo en luna llena. Es como el agua que necesitamos. Como el oxígeno. Como aquel beso de nuestra madre antes de irnos a dormir sin el que no podíamos cerrar los ojos. 

Somos tan frágiles. Tan delicados. Tan adictos a enamorarnos. Somos criaturas tan hermosas que cuando debemos aprender a querernos a nosotros mismos, lo único que se precipita es el vacío de no poder compartirlo. 

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