Aullidos del fin del mundo

domingo, 10 de septiembre de 2017

El llanto de un bebé

Cuando estoy fuera, cuando veo el cielo palidecer encima de mí no puedo evitar sentir ganas de llorar, de destruir, de gritarle al mundo que no está funcionando como debería. Es una sensación de malestar, de impotencia. Me gustaría poder hacer algo, cambiar el rumbo, llenarlo todo de agua hasta que la inmoralidad se ahogase. 

Vuelvo derrotado cada vez que pasa esto. Es algo retorcido, proclive a las averías. Hay fallas por todos los lados y nadie se da cuenta. Supongo que es demasiado delicado abandonarse a ideas que recuerden lo que nos estamos perdiendo. 

Caigo más tarde en que volveré a una rutina de bloqueo, donde mi cabeza rechazará las lagunas que me sustentan. Mis estructuras suelen olvidar el esqueleto. Es el corazón quien ruge cuando estoy perdido, y eso es algo que sucede todo el tiempo. Es como si fuese la única persona que puede ver más allá. Como quien ve fantasmas y nadie le cree. No sabes a quien contárselo, y si lo haces seguramente te tomen por loco. No hay un umbral que de paz y descanso eterno. Es algo que arrastramos de por vida. Es una tristeza interior que se cuela en la piel. Es un invierno perpetuo que nos arranca las ilusiones.

Quiero combatirlo. Quiero hacer algo al respecto. Debe haber una forma de dejar de sentirme mal con lo que me rodea. 

Pero aúlla. El mundo aúlla y todos se hacen los sordos. Y yo solo sé frenarlo con un grito aún más alto, una voz que nace de la insuficiencia. Al final, solamente soy como el llanto de un bebé. 


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