Aullidos del fin del mundo

lunes, 20 de marzo de 2017

Lobos y pingüinos

No me di cuenta hasta que giré la página del calendario. Ahí estaba, la primavera, mirándome con sonrisa picarona, con un montón de polen y toda la alergia que eso me conllevaría, con sus árboles empezando a asomarse hacia el sol, las parejas empasteladas que se quedarían la tarde entera hasta que la noche, llegando más tarde que de costumbre, les recogiese con una brisa con la que no te importaría dormir. Los exámenes empezarían a sonar más densamente y el tiempo empezaría a girar descontrolado sin la intención de frenar ni un minuto hasta la llegada del temeroso verano. Por suerte, aún podíamos ahorrar algo de frío. 

Los pingüinos, con algo de pena, tendrían que saltar al vacío del mar con la esperanza de encontrar un trozo de hielo que aguantase sus piececitos. Algunos intentarían volar, pero al final acabarían por darse de cuenta de que su hábitat no está en las nubes y que no pueden mecerse entre el viento hasta llegar a un lugar más cálido. En el fondo, se darán cuenta que lo que tenían hasta ahora no era una mala rutina hasta poder volver de nuevo a ese hogar. 

Los lobos aullarán en manadas pequeñas. Solitarios, prefieren moverse en grupos reducidos. Forman parte del bosque, de las sombras, de la naturaleza. Por fin pueden moverse más libremente, sin nieve que se hunda en sus zarpas. Tantearán el terreno, en busca de presas nuevas, de un lugar donde acampar, donde poder empezar a construir algo que durará unos cuantos meses. Los primeros en llegar serán los primeros en defenderlo. Todos están a punto para empezar la caza. 

Y ahí me quedé, con la mano sujetando el calendario entre marzo y abril. No me había percatado de todos esos números que significaban todos los momentos buenos y malos en los que se resumían mis horas. De repente, los lobos empezaron a enseñar los colmillos y los pingüinos no titubearon en ser los primeros en bucear. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario