Aullidos del fin del mundo

viernes, 18 de noviembre de 2016

Cómo mirar a la cara a una palabra

Fue escribir las palabras cuando por fin alguien se dio cuenta de que quizás no era aquel chico amable y de sonrisa tímida que se sentaba siempre al final de la clase, si no una persona con algo más de profundidad, con sus problemas y sus temores y sobretodo con una sonrisa que escondía más de una cara triste. 

Por eso nunca le gustó escribir para los demás ni mostrarse abierto al público. Creía que si alguien quería conocerte de verdad debía salirle de dentro y acercarse a ti, pero pocos fueron los que lo intentaron y aún menos los que llegaron a ver como en realidad era. 

Aprendió que cuando llegaban a llamar a la puerta que estaba a unos centímetros de su pecho lo mejor era salir corriendo y hacer ver que no había nadie en la habitación, pues siempre que alguien entraba dejaba su casa como si un ladrón hubiese venido a robar algo de valor, pero al no encontrar lo que buscaba hubiese dejado todo boca arriba, y al toparse después con que lo más hondo de él estaba incluso más desordenado de lo que le costaba estar le producía un aturdimiento que podía llegar a durarle incluso años.

No obstante, después de tanto tiempo llegó a creer que nadie más llegaría a ver aquel rincón desordenado donde ya ni siquiera entraba luz por las ventanas. Fue por eso que dejó aquellas palabras verterse en lo más profundo de Internet, en alguna de aquellas redes sociales que tanto se frecuentaban, al lado de millones y millones de otras palabras que llamarían más la atención de cualquiera, pero sus palabras, por más débiles que sonases y tan diminutas que eran, que incluso parecía que quisieran desmaterializarse para aquella audiencia con ojos de robot, llegaron a más personas de lo que creyó posible y de esas tantas se presentaron en alguien que ya le conocía y que en un tiempo pasado también conoció como su sonrisa podía llegar a truncarse. 

Su contestación le hizo estremecerse. No de la manera en el que el frío recorre tu piel cuando sopla el viento de invierno por las mañanas, si no de la forma en que se te eriza el vello cuando tienes la sensación de que algo malo está a punto de suceder. 
No había más de un par de párrafos, pero se dio cuenta de que había dos erratas nada más empezar. Él siempre se fijaba en lo bien o mal que escribía la gente; eso decía mucho de ellos. 
En la respuesta le insista en lo mucho que le echaba de menos, o al menos eso es lo que él creyó leer entre líneas, y le recordaba que de cualquier cosa se podía llegar a salir, tal y como lo había hecho él.

Quizás para otro esas palabras no tuvieran ningún valor más allá de la mera típica respuesta que un amigo lejano podía contestarte, pero para él esas palabras, después de tanto tiempo, después de emborronar su cara con sombras y más sombras, le llegaron justo al pomo de la puerta que latía en su cuerpo. Las palabras le encendieron, le motivaron a hacer algo de lo que quizás se arrepentiría o se vanagloriaría más tarde. Esas palabras que residirán a oscuras en algún lugar, tuvieron más repercusión en él que años de verbos vacíos que le llegaban a oídas de gente que nunca se atrevió a mirar más allá de las apariencias. Las palabras, para él, llegaron a significar lo más valioso que jamás tuvo. 

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