Aullidos del fin del mundo

viernes, 7 de octubre de 2016

Préndeme

Su voluntad había decidido por él. 

Una vez leyó que todos estamos destinados a cruzarnos con nuestras obligaciones y los deseos más profundos a la vez, que estamos forzados a decantarnos por uno de los dos. No hay forma de detener el dolor que causa la felicidad que todavía no podemos tocar. Somos tan impacientes... tan desagradecidos con lo que tenemos. 

El autor no dejó claro cual era la manera de vencer esa melancolía, pero le exhortaba a contemplar la belleza que destilaban las luces y las sombras que a todos nos rodean. 

No quiso escuchar sus ruegos, pues él creía que ese dolor punzante debía remitir de alguna manera, que la felicidad era algo más grande y que, por lo tanto,  debía tener más de un camino para lograr la dicha y que, una vez allí, se le devolvería todo el oxígeno que había derrochado en cada suspiro. 

Su voluntad se había sometido a aquellos pensamientos. Vagaba con la esperanza de encontrar una señal que lo guiase.

Nunca se dio por vencido, pero eso solo significaba  que su cuerpo se iba muriendo paulatinamente. Salía todas las mañanas a buscar algo que le hiciese reaccionar, pero solo se topaba con caras sin rostro, paisajes vacíos y sensaciones vacantes. No lograba sentir nada más que un odio que se iba consumando lentamente. Un odio latente que terminaría por convertirle en una persona completamente distinta a la que era. 

Sus ilusiones daban paso a la desesperanza y la incertidumbre. Ya no sabía a donde dirigir sus pasos, a penas recordaba como avanzar. Se arrastraba, deambulaba como un alma en pena. Sufría, pero no sabía de donde procedía toda esa aflicción. 

Su voluntad inquebrantable dejó de serlo. Ya no había ningún superhombre, tan solo quedaba la pena en sus ojos.

Hasta que decidió escribir. Se deshizo de todos sus demonios. Los enumeró uno por uno, todas las desgracias, los males, lo que le hacía estremecerse cada vez que pensaba en ello. Dejó que todas las lágrimas se unieran en un mar de palabras y después las rompió todas. 

Se quedó de pie, delante de todos los pedazos que le habían ido royendo poco a poco el corazón. "¿A dónde vas?", "Monstruo", "El amor que nunca tendré", "Celos", "Futuro incierto".

No había una manera de superar todo aquello. No había una única respuesta. No había una solución inmediata. Lo que había, era algo que descubrió cuando creía que el pozo donde estaba no podía quedar más hondo

Se dio cuenta de su voluntad, de sus anhelos, del afán por la vida que encontraba tan interesante. Su empeño y su obstinación le habían remolcado hasta el límite.

Fue entonces cuando comprendió que el límite le había ahogado. Que la frontera que él mismo había construido se había transformado en una cárcel llena de caminos amurallados. 
Había dejado que toda la confianza que desprendía, que todos los sueños que portaba se quedasen estancados en una fecha, en un lugar o en una persona. No había continuado sin remordimientos, porque cualquier acción le pesaba y se sumaba al miedo de poder perder una felicidad que el creía conocer, pero que jamás había tocado.

Su voluntad volcó el vaso de agua y respiró todo el aire que le había sido arrebatado. No volvería a ponerse límites. No volvería a ahogarse en tan diminuto cubículo de inseguridades. Ya no quería seguir siendo esa persona que tan solo se imaginaba logrando una meta, porque él, podía llegar a donde se propusiera.

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