Aullidos del fin del mundo

viernes, 26 de agosto de 2016

El lobo feroz

Hay palabras que suenan bien, por ejemplo: azúcar 
Cada vez que la pronuncio me viene ese sabor a golosina que tanto me gusta, esas tardes después de salir de clase e ir corriendo a la tienda que estaba justo al lado del colegio, donde recuerdo que siempre me atendía un señor mayor con cara de estar ejerciendo algo que realmente le hacía feliz.

Hay varias, una de ellas sería amanecer. Con esta palabra me pasa algo curioso, no tengo ni siquiera que pronunciarla, con pensarla en mi cabeza se abren las ventanas y entran pequeños rayos de sol. 

Somnoliento. Tengo dudas con esta. Le tengo cierto cariño, porque suena a una palabra vaga pero inocente, como si fuese un niño que no quiere crecer. Está entre la vigilia y la realidad. Supongo que la tengo en esa posición porque se parece a mí. 

Luego están las palabras que me echan atrás. Si pudiese, las borraría.

Límite. Me bloquea la mente. Cuando está a punto de salir es como si cumpliese su función al dedillo. Siempre está en frases que lo impiden todo, que todavía no se pueden cumplir. Se puede escribir en algunos deseos, pero parece que ella misma, irónicamente, se pone límites que no puede cruzar. 

El recoveco que crea este vocablo cuando lo digo en voz alta parece que no tenga hueco. No hay por donde cogerlo, demasiado retorcido como para darle el visto bueno. 

Podría recoger aquí millones de palabras, pero creo que terminaría por apuntar la misma cuando se trata de una palabra que me resume, que me da miedo, que la miro de frente y la odio. 

Huir. Podría llamarme de esta manera y a penas se notaría el cambio. Es algo así como mi hermano gemelo escrito. Cuando recurro a él me entiende y se viene conmigo hasta lo innombrable, pero cuando necesito enfrentarme a las cosas que de verdad importan se me queda mirando desde una esquina, con esa cara de ser la respuesta ideal para todo. Le quiero y le odio. Últimamente me decanto más por lo segundo. 

Hoy estaba pensando algo extraño. Se me vino la idea de cómo sería vivir una vida donde no quisiera desaparecer, una vida sin prisas, sin metas a largo plazo, sin decepciones constantes, solo con la sensación de estar haciendo las cosas bien, de haber cogido el tren correcto.

Luego he pensado que huir nunca ha sido algo malo. Si huía era porque quería alejarme de algo que no me hacía sentir bien. Huía para encontrar. Huía por la felicidad. Así que no voy a dejar de huir nunca hasta que ese odio se convierta en amor y ese amor se impregne en los días, en los minutos, en mi forma de hablar y de escribir. 

Huiré hasta cazarlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario