Todo allí fuera era salvaje, daba miedo. A veces nos imaginábamos los monstruos que debían campar en esa desolación. Escuchábamos sus rugidos, aquellas voces guturales que seguramente provenían de algo terrorífico. Parecía una idiotez querer salir de nuestro pequeño hogar, de nuestra burbuja de protección. Que cobardes éramos, pero cuantas ganas de vivir teníamos. Preferíamos seguir respirando que enfrentarnos a lo desconocido; hasta que...
... me pregunté si quizás lo desconocido me haría abrir los ojos y cambiar de opinión. Si quizás todo aquel reino de terror no lo tenía más que en mi cabeza y mis pensamientos. Si quizás, esta tundra, fuera realmente monstruosa y que el verdadero peligro era seguir ocultándose, que la cueva terminaría por engullirme y que el frío terminaría helando mis veranos, mi sangre y mi voz.
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