Aullidos del fin del mundo

lunes, 27 de julio de 2015

La tundra

Como tortugas ermitañas nos refugiábamos en aquella cueva. Hacía frío y todo estaba húmedo. No podíamos impedir estar entumecidos, éramos como estatuas glaciales. A penas había nada para entretenerse más allá de observar las grietas que iban formándose a lo largo de los años. Parecía que la tierra fuera a abrirse en cualquier momento y que cualquier escondite no tenía cabida en ese mundo. No había ningún lugar seguro. ¿Era eso de lo que huíamos? 

Todo allí fuera era salvaje, daba miedo. A veces nos imaginábamos los monstruos que debían campar en esa desolación. Escuchábamos sus rugidos, aquellas voces guturales que seguramente provenían de algo terrorífico. Parecía una idiotez querer salir de nuestro pequeño hogar, de nuestra burbuja de protección. Que cobardes éramos, pero cuantas ganas de vivir teníamos. Preferíamos seguir respirando que enfrentarnos a lo desconocido; hasta que...

... me pregunté si quizás lo desconocido me haría abrir los ojos y cambiar de opinión. Si quizás todo aquel reino de terror no lo tenía más que en mi cabeza y mis pensamientos. Si quizás, esta tundra, fuera realmente monstruosa y que el verdadero peligro era seguir ocultándose, que la cueva terminaría por engullirme y que el frío terminaría helando mis veranos, mi sangre y mi voz. 

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