Tenía la tormenta justo encima suyo. ¿Asustado? Mucho ¿Iba a parar? No. No era un "no, todavía no", ni siquiera un "no, no al menos ahora", era un "No. No voy a parar jamás".
Así que simplemente se dejó llevar y la atravesó, cerró los ojos y se dispuso, una vez más, a alzar el vuelo. A continuar con aquella cabezonería que le caracterizaba. Si después de todo, aún había una mínima posibilidad, no veía el porqué debería parar ahora. Ya no era cuestión de suerte, hacía mucho que vivía dentro de la tormenta.
ÉL ERA LA TORMENTA.
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