Aullidos del fin del mundo

miércoles, 25 de diciembre de 2019

La Antártida

Soy el punto común de todos mis problemas. Soy el ojo del huracán. Otra vez me reconocen como la semilla que lo germinó todo. Otra vez, después de espigar, han llegado a la conclusión de que soy solo una vil coartada de mi propia sombra. No puedo callarme por más que intente mantenerme impávido, no puedo evitar destrozarlo todo como la gran tormenta que soy, como la mayor amenaza que ha conocido mi mente. 

Si la solución fuese el dinero no habríamos llegado hasta aquí. El oro se corrompe, te controla. Cuando creces te das cuenta de que no eres nada sin él, sin el poder. Tu asertividad tiembla cuando los peldaños que habías ido construyendo empiezan a caer inevitablemente. Nadie permanece demasiado tiempo allí arriba.

Al menos cuando aterrices te darás cuenta de que la soledad es un estado permanente. Verás a más como tú; incluso los reconocerás. No hay un sentimiento único, no hay nada que te haga ser especial, ni siquiera la soledad que sientes, pues todos la padecen, pero nadie la ve. Y si no nos ven, ¿eso nos convierte en fantasmas, en qué nos transforma? Debemos apoderarnos de nuestra imagen, debemos aparecer, debemos tocarnos y sentirnos, debemos abrazar al otro, a su sensibilidad, a su parte más frágil. Debemos reconocernos. Nosotros no podemos luchar si ni siquiera tenemos un dónde, un lugar donde prepararnos, donde reafirmarnos. 

Hablamos más de la cuenta, sin saber, pero sabiendo. Cuando nos referimos a una emoción, muchas veces lo hacemos en plural:
"Algunos tenemos miedo, ¿sabes?"
Lo hacemos de esta forma porque necesitamos sentirnos agrupados, necesitamos sentirnos parte de un colectivo. Lo que no sabemos es que ya estamos ahí dentro, ya formamos parte de esa masa de gente inconexa. Nuestro miedo, el gran miedo que tenemos es el de darnos cuenta de ello. 

Al final siempre recurrimos al último bastión. A ese mastodonte helado que está lo suficientemente alejado del resto del mundo, de todo lo que nos hacen daño y conocemos. Al final nuestra propia condescendencia nos hace mella, nos hace huir como cobardes. Cuando queremos darnos cuenta estamos rodeado por ese frío invernal, por ese sonido que no se va, que se queda, que se adentra en nuestra psique. Nos convertimos en aquello que nos gritan constantemente, en un pedazo de hielo. 

Sí, es cierto, hay cosas que necesitamos solucionar, pero hay otras que no. No podemos ni debemos solucionarlo todo. Las imperfecciones forman parte del proceso, los errores, los intentos. Dentro de ese cubo pretendemos apagarnos como farolillos de luz que se pierden en el cielo. Pero nosotros somos más, somos la Antártida, somos aquellos que renacen cuando todo parece perdido, somos los que han aprendido a ver el mundo desde otra perspectiva. No necesitamos tanta luz, solo necesitamos saber movernos por la oscuridad para volver a vivir. Con una chispa será suficiente.

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