Aullidos del fin del mundo

jueves, 28 de abril de 2016

Cachorro malherido

Es como lamerse la herida cada vez que escuece. La ves, la sientes, sabes que no se va a cerrar al terminar el día. Puedes intentar esconderla, pero de nada te servirá, porque el dolor volverá y si no buscas una cura la infección se propagará. 

Lo intentas desesperadamente, te quedas hasta las tantas de la noche buscando la manera en que el quemazón sea más suave, pero solo consigues desesperarte y ponerte más histérico. La histeria te irrita y te conviertes en esa persona que siempre detestaste y todo por no vendar la herida cuando sucedió. 

Buscas cobijo, pero agachas la cabeza al recordar que no quieres causar problemas, que es mejor que nadie te vea sangrando, porque entonces te rechazarán y ya no habrá lugar donde refugiarse. 

Quema. Parece que en cualquier momento el infierno se cernirá sobre ti. A veces desearías que así fuera, pero está claro que si sigues buscando la manera de guarecerte es porque en el fondo quieres cicatrizar todo ese camino de curvas y piedras. 

Vuelves al principio, exhausto al comprobar que nada ha cambiado, nada menos esa herida, que parece una brecha en medio del espacio donde podrían caber todas las malas ideas del mundo.

Te lames, asustado ante la situación, con la pequeña esperanza de que con toda tu fuerza de voluntad sea suficiente para volver a caminar sin peligro.

Mientras duermes, intranquilo, temblando ante la posibilidad de que cuando despiertes esa pesadilla vaya a peor, una figura materna se acerca, te arropa y se queda a tu lado toda la noche y antes de que abras el ojo medio somnoliento, desaparece.

Sigues temblando, sigues herido, sigues solo, pero sabes que las heridas tarde o temprano cicatrizan.

Aúllas, como el cachorro perdido que eres. Aúllas, esperando que alguien responda.

1 comentario:

  1. Sabes que yo no te rechazaré, aunque te vea sangrar. Que sepas que te espero aquí, en la puerta de ese infierno tuyo, para cuando decidas salir.

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