Aullidos del fin del mundo

lunes, 2 de noviembre de 2015

Prólogo/Epílogo

Mecido por el viento del norte se dejó llevar. 
Como aquel espíritu sin dueño, vagaba sin rumbo pero con libertad. 
Le habían crecido alas, esbeltas y acogedoras. 
Volvía siempre a aquel rincón cerca del mar.
Planeaba por la costa, siempre a ras de suelo, pero nunca tocando la tierra.
Se había acogido a una falsa rutina, una que no le hacía sentirse tan perdido.
En lo más alto del cielo, cuando volaba, lo veía ahí.
Veía todo aquel mundo por explorar.
Todo aquello que no quería perderse, que sentía la necesidad de conocer, de tocar.
Pero él era el guardián.
El guardián de un mundo que no podía llegar a sentir. 
Un lugar que le daba tanto espacio y a la vez le retenía.
Sus alas.
Necesitaba cuidarlas. Necesitaba entrenarlas.
Curtirlas. 
Huir.
Siempre en dirección al océano.
Siempre al contrario de donde venía.
Justo.
Si no había más remedio, entre rayos y truenos.
Sin mirar atrás.

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