Aullidos del fin del mundo

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Caleidoscopio

Las ganas se esfuman como volutas de humo. Su cara no dice nada, ya no dice nada. A veces se para cuando alguien le está pidiendo limosna, le echa un par de monedas y cree sentirse en deuda con el mundo. Luego llega a casa y se pone a fumar. Se pasa las últimas horas de la noche en la terraza viendo la gente pasar. Allí, a las afueras, no hay gente a la que ver pasar. Hoy es ese día en el cual siente que el mundo tiene algo en contra de él, como si las sombras le espiasen y las calles se estrechasen a su paso.

Vuelve de nuevo andando, le gusta hacer eso, le sienta bien no sentirse enlatado dentro de un vagón de tren. La luz se apaga rápido y el mundo vuelve a pertenecer a las sombras, aquellas que a veces cree que poseen algo más que tristes siluetas. Se suma a las doce con algo de música de los ochenta y contempla las estrellas; aquel otro mundo que quizás es más justo, porque allí nadie grita, no como lo hace su cabeza.

Hoy vuelve a suspirar. Se siente confuso, intranquilo, algo solo. Mira hacia arriba, al espacio y vuelve a agachar la cabeza hacia el mundo real, el mundo que le indica cuando despertar y qué hacer después, si hay algo que hacer, algo de provecho, me refiero. 

Suspira con tanta intensidad que parece que el alma vaya a escaparse de su cuerpo. Hay tanto amor en tan poco espacio que no sabe como administrarlo.

Entonces se esconde bajo sus sueños, llenos de color y lugares que jamás podríamos imaginar. Se transporta, se difumina, se fusiona. 

Hoy volverá a soñar y mañana se despertará, con aquel dulce sabor amargo en los labios de quien está a punto de tocar la meta. Cuando eso suceda, cuando se levante, se frote los ojos y abra la ventana, cuando le de los buenos días al mundo y se de cuenta de que sus sueños pueden ir más allá de su mente, allí, él, lo decidirá.

Su cara empezará a decir algo. Algo diminuto, una brizna de lo que puede llegar a ser. Una mueca, una pequeña sonrisa, unos labios torcidos. Esperanza.


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