Aullidos del fin del mundo

viernes, 2 de octubre de 2020

El apático apetito

Siempre veo el gris del arcoíris, aunque nadie más lo vea. A veces puedo ver señales de humo negro flotando por el cielo porque algo no anda bien. Llegado el momento todo parece venirse abajo. Ocurre sin más, te conviertes en los oídos que todo lo escuchan pero a los que nadie pregunta cómo están. Dejas de ser la prioridad y el tiempo sucede como si septiembre tuviese solo cinco días. Asúmelo, nunca vas a ser el número uno para nadie porque estar mal es tu apetito habitual. 

No puedes escapar de los animales salvajes. El momento llega y ocurre. La realidad es momentánea. Vuelvo a descender todavía con una sola ala. Vuelvo a despertar con las ganas perdidas. No sé lo que me depara este mundo que parece haber perdido el norte. 

Creía que a estas alturas ya sería feliz. Oh, que equivocado estaba. Como si hubiese una fórmula para eso. Como si al saber qué es lo que quieres pudieses tenerlo todo al instante. ¿Qué sentido tienen los mis días? No hay respuesta que me satisfaga. 

Hace poco perdí una letra de mi teclado. Creía que podría sobrevivir sin su presencia, pero me siento cojo sin ella. Cada palabra que intento escribir siempre parece ser la incorrecta, pues sin una sola letra mi expresión se queda casi defectuosa. Puede que a mi vida le ocurra lo mismo, que le falten letras, que le falten sensaciones y personas, mundos y aventuras, sueños y esperanzas. Puede que no consiga nada hasta que logre confiar en mí. 

Mi mochila va cargada y nadie me espera esta noche. El silencio es casi ensordecedor. Veo como todo avanza sin piedad y noto el vacío que cuelga en mis pies. Se me comen las paredes y me estremezco cada vez que lo pienso. Me quedo atrás, como una gota de lluvia que es incapaz de caer. Me siento atrapado en mi propia burbuja hueca y descomunal. Todo lo que quiero es escapar de aquellos que ignoran todo de lo que soy capaz, pero voy demasiado lento; todo ocurre demasiado lento. 

Casi que es mejor que nadie pregunte cómo estoy, porque las preguntas son peligrosas para quien las realiza y difíciles de aceptar para los demás. 


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