Aullidos del fin del mundo

viernes, 21 de abril de 2017

Tu silencio es ensordecedor

Sigues ahí, callado y lúgubre. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no dices nada? ¿Qué es lo que te han hecho para que esa oscuridad resurja una y otra vez cada cierto tiempo?

Sigues sin decir nada. Siento que me abandonas, que te rindes, que ya no te importo. Intento descifrarte pero no conozco tus símbolos. 

Me gustaría que me dieses la oportunidad de arreglarte, de poder intercambiar algo más que miradas y frases sueltas. ¿Cómo puedo ayudarte? Simplemente estoy aquí, parado, esperando a que vuelvas de tu retiro.

Si supieses lo difícil que es estar al otro lado, viendo los días pasar y como el frío se instala dentro de mí. Te necesito más de lo que crees y no tienes la capacidad de volver. ¿Tanto daño te han hecho?

Háblame, por favor o este silencio me va a matar.

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Me expreso tan mal que a veces prefiero mantenerme al margen, no decir nada, y con eso decirlo todo. Sé que no es la manera más adecuada, pero crecí de esto modo y ya no sé ser de otra forma.

No estoy pidiendo auxilio, estoy gritando desde el silencio que las cosas no me parecen justas y que quizás la mejor manera de solucionarlas sea alejándome de la raíz del problema. 

Seguramente no sea la persona más valiente, pero eso no convierte a mi mutismo en un sistema infranqueable. Hay vida más allá; vaya que si hay vida.

A veces, cuando tenemos miedo de algo, nos lo guardamos para nosotros, lo enfrentamos a solas y convivimos con ello. El callar todo eso es nuestra decisión, una que no compartimos porque somos suficientemente independientes como para luchar nuestras propias batallas.

Por eso, siempre termina llegando el día en el que vuelvo, con la misma sonrisa, como si no hubiese pasado absolutamente nada, porque para mí ya no hay nada que me aterrorice, por eso vuelvo como si el tiempo no hubiese dado un salto.

Sé que es difícil de entender, y la mayoría no lo hacen, pero cuando me quedo callado no hace falta más que escuchar para oír todo lo que estoy gritando. 

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