Aullidos del fin del mundo

jueves, 4 de junio de 2020

Si esperas nunca habrá un momento

Me imagino en un concierto. Me imagino coreando vuestras letras, sintiendo vuestras palabras y vuestra voz medio atropellada. Necesito esa calma desfasada, necesito detener este embate que me acorrala. 

Hoy no me encuentro. Hoy abrazo el rechazo. Hoy me acompaña una tristeza que no esperaba. 
Ojalá alguien me dijese que nunca me callase, ojalá poder provocar ventiscas y bailar. 
Hoy no tengo permitido prestarle atención al presente porque si no me echo a llorar. Cuando convierta las nubes de mis ojos en lágrimas desharé el dolor por unos minutos y mis olas gritarán embravecidas. No sé si en ese tiempo puedo decir todo aquello que encierro en mí, no sé si cada vez que se abre esa puerta es suficiente para vaciarme y olvidar. Aún no sé cómo salir de aquí, de este entuerto, todavía me cuesta conciliar la certeza de que la despedida no es una posible reconciliación. 

No me he despedido. Nunca me parece el momento adecuado. Quizás sea el momento de construir cimientos férreos, quizás si espero nunca habrá un momento. Pero algo tengo dentro, algo que sé a ciencia cierta: nada en el mundo puede acallar la voz que me habla en lo más recóndito. Aunque no pueda manejar el ruido y aunque no sepa si voy a volver, de repente el peso del mundo es más ligero cuando escucho su melodía.
A veces me cuesta manejar todo esto y se convierte en un ruido molesto, siento que la inmensidad me abruma y que el tiempo para mí se ha consumido. Es como si supiese que no hay vuelta atrás, como si se derrumbase todo. Necesito parar a tomar algo de aire, aunque mis pulmones no tengan la capacidad de hacerlo. Me pregunto si es esa voz la que provoca todos mis males, si estoy enloqueciendo por momentos y si pertenezco al mundo de los vivos. 

Cuando estoy a punto de pronunciar mi dolor, mi alegría y mi tristeza; cuando creo que es el momento de que me escuchen, es cuando sucede lo peor. Aquellos que ya están en la cima, aquellos que ya no se acuerdan de lo que eran, de lo que sentían, de quienes eran realmente y qué es lo que querían, consiguen frenarme, consiguen que me vuelva a quedar pálido, que de mi boca solo salga un pequeño gemido y me caiga. Veo todo lo que ocurre delante de mí y no puedo hacer nada. 
Es la impotencia de tener la verdad, la necesidad de chillar hasta quedarme afónico en medio de este concierto en el que hago tanto de público como de cantante. Siento como si la suerte me hubiese abandonado, como si por más que me esforzase no pudiese conseguir lo que deseo.

¿Cómo voy a querer a nadie más si no puedo cuidar de mí? La importancia del autocuidado aún debo aprenderla. 

Me fastidia... me duele... me jode que no se valore ni el talento, ni el carisma ni las ganas. Me jode que el mundo esté tan ciego. Me jode que el mundo no se sepa apreciar a las personas que saben hacer magia. Me jode tener que caminar el doble que el resto para salir de esta oscuridad. Me jode tener que seguir escribiendo así, con sensibilidad pero sin voz. 

Ojalá algún día podamos hablar con sinceridad y sin miedo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario